Decolonialidad y comunidades posibles
189 La modernidad impacta en el concepto ancestral que se tiene de la enfermedad, el cual era percibido como algo normal, donde la vida y la muerte forman un continuo, de modo que la enfermedad es vista como una vivencia, que indica señales de cómo hay que vivir (Rozas G., 2022). Si bien la enfermedad está más cerca de la muerte, al mismo tiempo es un mensaje de cómo mejorar la vida. De modo que no es interpretada como un daño, sino como un mecanismo natural de mensajes que exige un reordenamiento vital. Así, la enfermedad no viene a interrumpir la vida ni los quehaceres cotidianos, sino a contribuir a regular el mejor funcionamiento de la comunidad y de la sociedad. La modernidad, por otro lado, observa la enfermedad como una interrupción y como un estorbo al normal flujo de la vida. Es una especie de ataque externo que significa una molestia a la continuidad diaria del quehacer y, por lo mismo, es algo indeseable (Sepúlveda-Queipul, 2021). La enfermedad no pertenece a la vida sino a la muerte, por tanto, el paradigma de la modernidad es eliminarla, alejarla, como, asimismo, rechazar la muerte como la expresión más detestable. Esta forma de ver las cosas enfrenta y confronta la vida y la muerte, donde la muerte es una expresión trágica que se debe alejar lo más posible de la vida. En ese sentido resulta muy clarificador en la literatura moderna, la búsqueda de un elixir, una especie de poción mágica que puede alcanzar la vida eterna. Y, así, alejarse definitivamente de la muerte. Dado que, finalmente, este es el paradigma dominante, se instalan en las sociedades actuales mecanismos, estructuras y personas que deben hacerse cargo de la enfermedad. Ojalá de modo especializado, para efectos de eliminarla, si es posible totalmente, alejarla y evitar la interrupción de los quehaceres cotidianos y evitar obstáculos en los esfuerzos de aumentar la producción laboral y el desarrollo de la sociedad. Llevada esta lógica a la familia, frente a la presencia de un enfermo grave, surge la necesidad de destinar un miembro de la misma que se haga cargo, como una especie de mala suerte en la ruleta, para que el resto de los integrantes pueda continuar con su vida. La familia hace suyo el paradigma moderno e interpreta la enfermedad como una molestia y, por tanto, busca eliminarla o sacarla de la casa. Y si ello no es posible, arrinconar al enfermo en un lugar secundario a cargo de un miembro prescindible y no central en la productividad familiar. En los casos en que se disponga de recursos, se busca externalizar la enfermedad y el enfermo, localizándolo fuera de la casa, en alguna institución a cargo de terceras personas, de modo de limpiar la situación y promover el tránsito normal de la vida familiar sin alteraciones.
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