Politizando los cuidados en la Río

17 ficos, políticos e históricos conducentes al despertar de la identidad y la conciencia popular en relación a su destino histórico” (Oteiza Aravena, 2019, p. 55). En el pensamiento de Vivaceta, ebanista y arquitecto chile- no del siglo XIX, también precursor de la sociabilidad obre- ra, el eje fundamental del mutualismo era la asociación, en el sentido de que esta última garantizaba la independencia de clase, privilegiando el ahorro como medio para producir bienestar material, sin acudir a la caridad y protegiendo el fruto del propio trabajo, lo que aumentaba la dignidad y mo- ralidad de las personas (Devés Valdés, 1951). Otra dimen- sión importante era la organización cooperativa del ahorro, del trabajo y del socorro, lo cual mejoraba las condiciones de vida en general. Particularmente la organización del tra- bajo, permitía alejar a las personas de la ociosidad y junto con ello, la deshonra (Devés Valdés, 1951). Al respecto, Devés Valdés, (1951) destaca que a medida que el análisis de los problemas y el abordaje de sus so- luciones asumían un sentido más estratégico dentro del mutualismo, su pensamiento avanzaba desde una noción de socorro enfocada al alivio de momentos dolorosos en la vida de los obreros y sus familias, a una que abarcaba nue- vas dimensiones, al concebir que el bienestar era imposible de entenderse y lograrse si no era en conjunto con una serie de elementos económicos, políticos y culturales de alcance global. Vemos en esta experiencia, entonces, un discurso de cui- dado colectivo enfocado al socorro mutuo en condiciones de explotación modernizantes y que, en términos de (Illa- nes, 2003), apuesta por la subsistencia biológico-corporal, pero también por el desarrollo material de sus miembros. Es decir, que está vinculado al sostenimiento de vidas que requieren mantención, continuación y reparación de orden biológico, corporal y material. También vemos que el bienestar material va aparejado a un bienestar moral en los discursos de quienes habitan esa época. Dicho de otra manera, el mutualismo es también un discurso ético. Para estos grupos, la moralidad parece tra- tarse de dignidad y ésta a su vez de independencia política, pero también vital. La caridad es un asunto que denigra al ser humano, ya que lo pone en condición de dependencia de otro que puede estar en peor, igual o mejor situación, pero que, de cualquier forma, no contrae con él responsabi- lidades de sostener cuidado a través del tiempo, aunque se beneficie de su trabajo, como en el caso de los capitalistas. Por el contrario, las y los mutualistas destacan que la asociatividad como una práctica que provee al ser humano de independencia vital en cuanto faci- lita la organización cooperativa de los beneficios del trabajo para sostener el bienestar y cuidado de cada miembro a través del tiempo. Del mismo modo, también garantiza cierta autonomía política en su desarrollo intelectual y social, incluso en antagonismo con las clases dominantes. Es decir, dignifica a la clase y mejora su vida moral. La asociatividad parece ser un saber del cuidado que vale la pena rescatar, en términos de que complejiza la de- finición de cuidado comunitario agre- gándole el componente de autonomía necesario en cualquier situación que implique opresión y explotación hacia las colectividades que necesitan y en- carnan estos cuidados. Sintetizando, podemos decir que el mutualismo tuvo implicaciones éti- co-políticas para la vida colectiva de la clases artesanas y obreras en el siglo XIX, en cuanto contribuyó al alivio de su malestar, además de su sosteni- miento vital, material y moral mediante prácticas, discursos y saberes de cui- dado que trascendieron lo individual, situándose en una dimensión profun- damente relacional y colectiva (Fisher & Tronto, 1990). También en cuanto produjo una conciencia de clase den- tro de estos grupos, que se reconocie- ron a sí mismos, como sujetos dignos de cuidado, con identidad y valor polí- tico propio.

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