Politizando los cuidados en la Río

16 puede variar de persona a persona, de colectivo a colectivo... Lo cierto es que siempre podemos intentarlo. Buscando una genealog a del cuidado Los cuidados colectivos como pro- puesta ético-política emancipadora tienen la capacidad de conectar, rein- terpretar y situarnos como activistas dentro de una larga historia social de acciones colectivas y pensamiento po- lítico anticapitalista en nuestros territo- rios, traspasando los límites impuestos por la división sexual del trabajo. Estos desarrollos de cuidado colecti- vo se sitúan en lo que reconocemos como la segunda fase de la moder- nidad en términos de Berman (en La- rraín, 1996): desde la ola revoluciona- ria de fines del siglo XVIII hasta fines del siglo XIX. Dichas experiencias se enmarcan en el desarrollo de los mo- vimientos de artesanos y obreros que poblaron el siglo XIX en Chile, orientán- dose hacia el fomento del bienestar. Asimismo, aglutina un conjunto de ini- ciativas levantadas por organizaciones masculinas y femeninas, dedicadas al socorro mutuo. Estas organizaciones creadas para el socorro mutuo comparten un modo de vida, una experiencia vital y una forma de autoconciencia asociada a lo moderno (Larraín, 1996), enmar- cándose parcialmente en el proyecto modernizador y europeizante del sar- mientismo, en términos de reivindicar la emancipación de las antiguas cos- tumbres para incorporarse a las ideas modernas, pero señalando diferencias y antagonismos en tanto proyecto de la clase dominante que les explota (Devés Valdés, 1951). En el caso de las mujeres obreras, las primeras iniciativas de socorro mutuo se gestaron a fines del siglo XIX en la ciudad de Valparaíso. En esa época, el aumento de la participación femenina en el mercado laboral de las zonas urbanas con- llevaba pésimas condiciones de vida para ellas (Ríos Palma, 2020). Las obreras de talleres industriales, comercio, trans- porte e incluso minería, solían recibir menos de la mitad del salario de un hombre, trabajando más de diez horas diarias (Ríos Palma, 2020). Cuando una obrera se enfermaba no tenía el amparo de sus empleadores, dependiendo absolutamente de la organiza- ción de sus compañeras para subsistir. Ellas recaudaban fondos para sostener su vida “tratándose no de un derecho asegurado, sino de la caridad de quienes se encuentran en su misma o peor situación económica” (Ríos Palma, 2020, p. 97). Estas colectas fueron el motor del surgimiento de la Sociedad de Obreras de Valparaíso en 1887, organización pionera del mutualismo de mujeres en Chile, a la que siguie- ron un sinfín de organizaciones de carácter similar en todo el país (Ríos Palma, 2020). Según Valdés de Díaz, (1908), feminista obrera de principios del siglo XX y colaboradora de los periódicos La Alborada y La Palanca, la asociación entre mujeres ofrecía múltiples beneficios, tanto en el ámbito material como en el moral. Para ella, esta unión no sólo fortalecía la organización gre- mial mediante una acción enérgica basada en la solidaridad y la unión, sino que también impulsaba una toma de con- ciencia sobre el propio valor y el poder productivo de las mujeres: “por medio de la acción enérgica de la organiza- ción gremial, poniendo en práctica la redentora doctrina de solidaridad i unión [pero también a través de] la conciencia que ha adquirido, de su valer, de su importante y decisiva potencia productora” (Valdés de Díaz, 1908, p. 44). En este sentido, la asociación se configuraba como un mecanismo de autoconciencia emancipadora. Desde mediados del siglo XIX, se venía desarrollando el mu- tualismo en organizaciones masculinas como sistema de organización y vinculación autónoma dentro de la sociedad, en función de la subsistencia biológica-corporal y del de- sarrollo intelectual, social y material de sus miembros entre sí (Illanes, 2003). En Chile, un antecedente fue la Sociedad de la Igualdad comprendida como espacio de aspiraciones democráticas e igualitarias, donde se debatía “temas filosó-

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=