Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

93 El profesor se reclinó sobre el escritorio, gesticulando con la taza ya vacía, haciendo esfuerzos notorios por mirarla más inten- samente de lo que su estado le permitía. —Adriana, Adriana, no te hagas la ofendida. Sabes perfec- tamente que yo te conozco como nadie. Lo vi apenas entraste a la facultad. Los demás profesores asumieron que eras una más del montón, poquita cosa. Pero yo lo vi: un diamante en bruto. Estiró la mano para tocarle la cara y ella se echó hacia atrás como si la hubieran quemado. Él le sonrió con una crueldad aguada por el alcohol, arrastrando las palabras: —Yo sabía que detrás de esa carita de laucha había una musa. Una musa generosa y turgente. —Adiós, profesor —dijo ella, poniéndose su abrigo, que colgaba del respaldo de la silla, y dirigiéndose decidida hacia la salida. —¡Adriana, no te vayas, era una broma! ¡Ni siquiera hemos comido! Ella salió de la oficina sin mirar atrás, cerrando la puerta tras de sí. El profesor se paró abruptamente para detenerla, gol- peándose contra el escritorio y dando vuelta de paso la taza de whisky prácticamente intacta que Adriana había dejado sobre él. Se apresuró hacia la puerta y, aunque no la vio, todavía alcanzó a escuchar el sonido de sus tacones reverberando por el pasillo. —¡¿Acaso ahora eres demasiado importante para tu viejo profesor?! —vociferó desde el umbral— ¡¿Ya no me necesitas, acaso, ahora que encontraste una nueva teta que agotar?! Al ver que no obtenía respuesta, se aventuró hacia el pasi- llo, con gritos cada vez más destemplados. —¡Vete, entonces, vete a chupar lejos! ¡A chupárselo a Mackenna, a ver si le gusta! ¡Apuesto que ni para eso sirves!

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