Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

92 El profesor Mackenna incluso cree que, si sigo profundizando, mi línea de investigación puede marcar un antes y un después en el campo. El profesor resopló con algo a medio camino entre la pro- testa y la risa, y boqueó un par de veces antes de responder con tono socarrón: —Bueno, dile entonces a Mackenna que muchas gracias. Al fin y al cabo, todo lo que publicas son ideas mías. Al sonido de sus palabras, la vio erguirse como por reflejo en el asiento. —Esa es una acusación grave, profesor —contestó Adriana con voz gélida. El profesor no pudo evitar notar que se veía hermosa en su furia. Como un ángel vengativo, con sus bellos ojos encendidos y sus cabellos oscuros recortándole el pequeño rostro lleno de ángulos severos. Se limitó a quitarle importancia a su frase con un gesto displicente de la mano: —Mis ideas, pero traducidas. Mi pensamiento original, absorbido por ti a lo largo de todo este tiempo bajo mi tutela, traducido con un barniz de corrección política que lo hace más digerible para los académicos pusilánimes que hoy plagan las universidades. Somos un buen equipo, tú y yo, Adriana. Yo soy la cabeza y tú, la lengua. Sin ti azucarando mi mensaje, nunca vería la luz en esta universidad beata. Y sin mí, tú no tienes nada que decir. Ella se tomó un par de segundos, en los cuales pareció estar absorbiendo las palabras, desactivándolas. Luego levantó la mirada y parecía indemne, más segura que nunca. —Se está haciendo tarde. Debería ir partiendo —repuso, recogiendo sus cosas.

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