Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
90 para el otro por los esfuerzos combinados de la lámpara del escri- torio y la pantalla del computador. El desgaste del tiempo en la cara del profesor se volvía levemente inquietante bajo esa ilumi- nación; las sombras bajo los ojos se le hacían más pronunciadas y el reflejo de los cristales de sus lentes impedía captar con clari- dad su mirada. Por su parte, el rostro de Adriana había quedado en semipenumbras y su expresión se hacía indescifrable para el profesor, quien tampoco pudo deducir mucho de su tono cuando ella, finalmente, habló: —Valoré enormemente la oportunidad de poder serle de ayuda a excelentes académicos… —¡Y lo hiciste fabulosamente bien! —la interrumpió el pro- fesor, con entusiasmo— ¡Eres una ayudante fenomenal! ¡No hay de qué avergonzarse, por el contrario! —Y ahora que estoy liderando mis propias investigaciones… —siguió hablando ella, por encima de la interrupción del profe- sor, apenas dejando traslucir irritación en un ritmo más cortante de lo usual—ahora que tengo publicaciones a mi nombre, bueno, me enorgullece estar contribuyendo a la literatura. Él se rio con voz cascada, haciendo girar el whisky restante en su tazón un par de veces antes de tomarlo. —«La literatura». ¿Ahí está el problema, no? ¡Contribuyes a «la literatura»! ¿Y contribuyes a la verdad , Adriana? Ahí, ahí precisamente está el meollo del asunto. Volvió a servirse whisky antes de continuar, dejando que sus palabras flotasen en el aire con dramatismo: —La academia se ha convertido en la casa del narcisismo, del ego, del glamour intelectual. A nadie le importa ya la verdad. Lo que importa ahora es la literatura —dijo esa última palabra como si estuviese escupiéndola—. Antes, lo que nos interesaba era
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