Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
88 cierto resentimiento acumulándose dentro de él. Le parecía que Adriana estaba siendo difícil a propósito. Nunca antes les había costado tanto conversar. —No sé, a mi parecer, apoyar a alguien en la decisión de seguir un programa de doctorado no es una responsabilidad menor —soltó el profesor finalmente, levantando las manos en una especie de gesto de rendición, como si alguien lo hubiese obligado a hablar—. Si alientas a estudiantes que no están listos, que no son idóneos, puedes estar haciendo más mal que bien. A la academia y a los estudiantes mismos. Ninguno de los dos habló por un buen rato. Él bebía su whisky, perdido en el paisaje, mientras ella miraba fijamente un punto indeterminado sobre la mesa. Finalmente, ella preguntó: —¿Usted cree que no soy idónea? —Yo no he dicho eso. Adriana pareció dudar si seguir o no por esa línea. Pareció resistirse con fuerza antes de atreverse a preguntar, con más inten- sidad de la que quería: —¿Usted cree que soy idónea, entonces? ¿Que la universidad hizo bien en aceptarme? El profesor miró hacia el patio ya casi desprovisto de estu- diantes y balanceó la cabeza con un gesto de duda, como sope- sando la pregunta. De pronto, la miró y pareció darse cuenta de la tensión oculta en el gesto ausente de Adriana, porque se apre- suró a contestar: —A ver, niña, no me malinterpretes. Eres una chiquilla capaz, de eso no me cabe duda. Yo no trabajo con ayudantes ineptos. Le sonrió con benevolencia, pero no pareció ser suficiente. Ella lo miraba fijamente y había cierto desafío en sus ojos oscuros.
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