Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

87 de aglomerado. Nada había cambiado, excepto ellos. Lo acometió una sensación detestable de nostalgia; una nostalgia de viejo cho- cho que no le sentaba. Se la sacudió con ayuda del Jack Daniel’s y trató de retomar el hilo de la conversación. —Bueno, por supuesto que me hubiese gustado plasmar todo mi agradecimiento hacia tus años de servicio en una carta diri- gida a un gran lord . Naturalmente, la situaciónme apenó. Pero no podría decirte que me haya sorprendido enterarme —se inclinó hacia adelante, para mirarla con gesto cómplice y una media son- risa—. Ustedes, las mujeres, siempre mantienen al menos un dejo de esa necesidad infantil de demostrar algo. Una especie de com- plejo de Electra permanente. No basta con que el mentor me dé el visto bueno, el mentor es el mentor, el mentor ya me aprobó. Hay que buscar una fuente nueva. Un ejercicio terrible ese, mi querida Adriana, fútil, el de siempre andar a la caza de la validación ajena. Aunque funciona por un rato, supongo. ¡Sobre todo si viene de un tipo con buena pinta como Mackenna! Le guiñó un ojo con gesto conocedor, riendo suavemente, y ella le devolvió una sonrisa desganada. El profesor tomó la bote- lla para ofrecerle más, a pesar de que ella apenas había tocado la taza. Ella negó con la cabeza y él tomó un buen sorbo, pensativo, antes de continuar: —Es un buen tipo,Mackenna. No tienemala cabeza. Aunque, si me preguntas a mí, la juventud le juega un poco en contra. Es un poco… irresponsable, a veces… Hizo una larga pausa, adoptando una expresión afectada. Como si lamentase genuinamente tener que criticarlo. Como si lamentase genuinamente la existencia misma de la irresponsabi- lidad que acusaba. Adriana lo miró de hito en hito, pero no mor- dió el anzuelo. No le preguntó a qué se refería. El profesor sintió

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