Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

79 pies. Al fin, todo estaba acabando; al menos, eso pensaba cuando Francisco comenzó a sonar. Todo él sonaba: voces guturales, gru- ñidos, arañazos. Gritaba mi nombre como si lo tuviera grabado en todas sus cuerdas vocales y yo odiaba cómo sonaba mi nombre en su boca, por eso le di una patada en la cara, luego otra y otra hasta que su cuerpo explotó y la cuerda voló en mil pedazos. No podía entender cómo le podía hacer daño a una cuerda. Empecé a llorar mientras recogía cada trozo, cada hilo esparcido por el suelo como un rompecabezas. Tardaríameses en reconstruirla, meses en dejarla en sus cuatro metros. Los pedazos de Francisco comenzaron a sonar nuevamente; cada pedazo sonaba, se movía, se unía. Primero fue una extremi- dad y luego otra hasta que empezó a pronunciar mi nombre otra vez. ¡Era increíble! Nadie en el mundo creería que el diablo se viste con diferentes disfraces: un día es Francisco y al otro, sigue siendo Francisco, pero en pedazos. Finalmente, el disfraz siempre es Francisco. Corrí al comedor y cerré la puerta. Era obvio que en el patio se abrían las puertas del infierno. Hubiese sido coherente llamar a la policía; sí, hubiese sido, pero no lo pensé dos veces, por- que a esa altura sentía que ni ellos creerían. El diablo se abalanzaba contra la puerta. La madera crujía y los golpes, miles de golpes, hacían que la casa sonara. Toda la casa sonaba. Pensaba o ya no lo hacía; no lo sé, pero no importaba por- que ya nada era lógico. La realidad perdió sentido. Por eso, me acerqué a los dos metros de cuerda que guardé para mí y los cogí con firmeza. Franciscome podía robar todo, pero no lo último que quedaba de mí. Subí la escalera hasta llegar al segundo piso, até la cuerda a un extremo de la baranda. Primero le besé los hilos y le pedí perdón por nuestro corto amorío, por la complicidad obli- gada. Luego, me lancé con ella mientras me abrazaba el cuello.

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