Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

76 Suspiré un poco antes de coger la manilla de la puerta para entrar en la logia. Solo bastaba girarla a la derecha para propiciar el encuentro, al menos, así de fácil resultó la última vez, pero las cosas fáciles siempre resultan ser doblemente difíciles. ¡Esa mal- dita puerta parecía tener un bloque de cemento atrás! Insistí, agol- pandomi cuerpo contra ella, pero no pasó nada. Al quinto intento, la puerta se abrió con el sonido de botellas cayendo al suelo. Un latigazo de cristal se clavó directo en mi oído y mi cara se arrugó por el ruido. El cuarto estaba cubierto de polvo, ya no distinguía otro color que no fuera el gris, excepto por la cuerda que seguía como hace doce años atrás. «Es ilógico conservar tanto tiempo un objeto y más ilógico es que se mantenga intacto», pensé. Me acerqué un poco a ella. La apreté tanto, que mi mano se puso de un color rojizo. Le grité: ¡Deja de mirarme! Luego, la solté. Di la vuelta, queriendo salir de ahí en un intento de reconexión con el otro lado de la casa, pero seguía acechando a mis espaldas. Tomé una bocanada de aire y volté a verla nuevamente. Ya no podía huir de eso; era hora de ser valiente y encararla. —¿Te crees más fuerte que yo? —le pregunté. Casi pude escuchar su respuesta. Claro que lo era. Estaba hecha de más hilos que yo de arterias. Salí por la cocina con la cuerda en la mano y la dejé en uno de los mesones, pensando en qué hacer con ella. Se me ocurrían tantas cosas, pero ninguna de ellas sería el brasero. «La gente siempre madura sus ideas y la mía también lo ha hecho», pensé otra vez. Comencé poniendo agua en el hervidor mientras decidía el siguiente paso. Cuando estuvo lista, preparé café instantáneo — no tenía tiempo para nada más—; estaba tan caliente que que- maba por dentro, pero esa sensación me gustaba: sentir cómo mis papilas gustativas perdían el sabor, se anestesiaban y la lengua se

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