Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
75 La cuerda era gruesa, de unos ocho centímetros o más. La com- pré el invierno de 2010, un día que fui a la ferretería. La vi exhi- bida al lado de otras un poco más pequeñas. Entonces pensé que me serviría para construir un brasero colgante, idea estúpida, ya que terminaría por quemarse completamente e incluso algo más, porque todas las cosas terminan quemándose de algúnmodo. Por eso la dejé guardada en la logia, a ver si algún día la transformaba en otra cosa que no fuera un brasero. Ese día la veía por segunda vez en años, algo llamaba mi aten- ción de manera diferente. Era indudable que me buscaba desde la logia y se clavaba directo enmis ojos traspasando el ventanal, tras- pasando mis pupilas. El ventanal es la segunda idea estúpida que tuve; da de la cocina directo a la logia, como un encuentro con el desorden, la oscuridad y las arañas. Se volvió una especie de portal al otro lado. Hubiese sido fácil girar la cabeza, observar una olla o un sartén, pero esa maldita cuerda insistía en que hiciera algo con ella. Tal vez hubiese sido coherente tirarla a la basura, pero las cuerdas no son baratas y prefería mantenerla como parte de mi colección de cosas inservibles: como los discos que nunca escu- ché, pero siguen en el mueble llenándose de ácaros; o los sombre- ros que nunca me he puesto porque enmi cabeza se ven pequeños; o los encendedores sin gas que siguen apilándose en la cocina. La cuerda, entonces, era parte de ese algo que nunca se va, que insiste en quedarse ahí y termina por tener el control de todo.
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