Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

69 Mi madre, que sintió la angustia de la Gaby —tenía los ojos llorosos y las manos inquietas de saberse en evidencia—, calló con una mirada a la señoraMaría. Para evitar el murmullo de las muje- res de la nave, le sugirió que fuera conmigo: —Podría ir con la Romina a cambiar el pantalón. Era obvio lo que decía la señora María: la Gaby tenía terror a la reacción de su pololo y no tenía las armas para defenderse de ese hombre que supuestamente la amaba. Al principio, yo no tenía muchas ganas de ir. Aun así, acepté. Cuando llegamos a la tienda, el guardia nos miró de mala gana y nos preguntó a qué íbamos. —¿Cómo se hacen los cambios? —dijo la Gaby con un hilo de voz. El guardia nos explicó el procedimiento y nos acompañó hasta el mesón. Cuando se fue, les hizo señas a sus compañeros. Yo cono- cía a la vendedora, habíamos estudiado en el mismo liceo comercial, pero no me saludó y nos puso mala cara. Ahí me di cuenta, en el reflejo de los espejos de la tienda, del aspecto que teníamos: la Gaby llevaba todo el rímel corrido y el pelo desordenado; yo tenía el jeans sucio y la polera llena de manchas verdes por las plantas, las zapati- llas con barro y la cara sudada. —Disculpe, señora, pero no puedo hacer el cambio. —Pero si traigo la boleta. —El pantalón tiene muestras de haber sido lavado y no está en las políticas de la tienda aceptar ropa usada. La Gaby se puso roja, sorbetió la nariz, evitando llorar. —Es que necesito un pantalón igual, pero de una talla más —susurró.

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