Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

67 chofer de micro, que tenía una hija menor que los hijos de ella, que se llevaban bien, que los fines de semana, cuando podían salir, iban a servirse algo, que a ella le gustaba pedir un fanshop cuando salían. Cada vez que hablaba detenía toda la labor de polinización. Avanzaba muy poco y el calor empezaba a madurar las flores que debía polinizar; luego, el mismo calor las secaría y se perdería todo el trabajo previo. Mi madre, consciente de eso, se acercó a la Gaby y empezó a apurarla para que la flor del pensamiento no se pasara. La señora María insistía con la Gaby: —Oye, Gaby, ¿y dónde dejái a los cabros chicos cuando salí los fines de semana? —Ah, es que ellos están viviendo donde mi mamá. —Te gusta harto poco el hueveo. —Es que el Juan Carlos no se lleva bien con los niños. Y es mejor así, porque vivimos todos tranquilos. —Es que los cabros son primeros, poh. Los hueones pasan, los hijos son de una. Mi madre, que no daba más con los comentarios de la señora María, se llevó a la Gaby a terminar las hileras al otro lado de la nave porque se estaba demorando mucho, y me pidió que apoyara en la polinización. Ya casi terminábamos cuando laGaby le preguntó ami madre: —¿El viernes a la salida, después del pago, me acompañaría a cambiar un pantalón? Es que me compré uno y me quedó chico. Ese mismo día en que sucedió la historia de la peluquería, el Juan Carlos la llevó a comprar ropa. Entraron a la tienda más cara de La Calera. Ella quería un vestido celeste, le gustaba ese color. La recuerdo en el jardín de mi abuela, cuando cantaba la canción de la Myriam Hernández; llevaba una blusa celeste con encaje y se veía bien. Pero el Juan Carlos eligió una blusa roja de raso y un

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