Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

66 que le lavaron el pelo, le hicieronmasaje, le aplicaron color y la pei- naron. Tocaba sus ondas como comercial de champú, extendía la sonrisa y se le achicaban aún más los ojos. Al siguiente día llegó con el pelo un pocomás desarmado, pero seguía teniendo el mismo peinado. De nuevo, contó lo del Juan Carlos y el paseo a la peluquería. Ninguna le pusomucha atención. —Oye, Gaby, ¿por qué con esa plata no fuiste al oculista, mejor? —preguntó la señora María desde su hilera. Creo que esa era la duda que teníamos varias: por qué se había gastado tanta plata en un peinado. —Porque a mí no me gusta usar lentes —dijo la Gaby sin levantar la cabeza. Nadie contestó. La idea de quedarnos sin radio para escu- char el capítulo de la teleserie pesó más. Además, el calor de ese día estaba apurando la maduración de las flores, necesitábamos hacer el trabajo de forma rápida y eficiente. Mi madre tampoco dijo nada. En el fondo, sabía que la señora María tenía algo de razón. Varias nos quedamos con la sensación de que la Gaby y el Juan Carlos no tenían ni idea del valor de la peluquería cuando entraron, que él quería verla bonita y ella quería darle en el gusto y sentirse querida. Seguramente, él se gastó casi todo el sueldo, pero, ¿qué se puede hacer? Siempre nos han mostrado que otras personas pueden hacer cosas bonitas, sentirse bien y relajarse un rato, luego nos dicen que no podemos acceder por falta de dinero. Siempre la vida es de los demás, nunca de nosotras. Por lo menos la Gaby se había dado el gusto de ir a la peluquería. La señora María, como una forma de arreglar la situación, le preguntó cómo era el Juan Carlos. A la Gaby le volvió la sonrisa a la cara. Con sus ojos llenos de arruguitas, le contó que lo cono- cía del barrio, habían sido vecinos de chicos, que trabajaba como

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