Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

65 donde un vendedor ambulante se los probaba uno por uno hasta que hallaban un lente que les sirviera. Y así fue como estuve toda esa tarde con la Gaby, las dos solas en el invernadero de los «machos», estrujando hasta la última pizca de polen de las flores. Otra vez habló de su pololo, de cómo amaba al Juan Carlos y lo amoroso que era con ella. La escuchaba sin poner mayor atención; la verdad, nunca me gustó la vida ajena. Una cosa es ponerse a ver teleseries e imaginar esas historias desde la ficción, y otra, escuchar a la Gaby como la heroína de su propia teleserie. Yo estaba ahí juntando dinero para estudiar. A la mañana siguiente llegó con un peinado nuevo, se veía linda. Desde que la conocí, siempre andaba con su pelo ondeado con ese frizz desteñido y sin orden. El cambio le hizo bien, siempre fue muy bonita. Con esa vocecilla de vieja, me contó que el Juan Carlos, su pololo, la había llevado a la peluquería, que le costó un montón de plata el tratamiento capilar, que le lavaron el pelo, le hicieron un masaje, le aplicaron color y la peinaron. Cada vez que hablaba del tiempo y costo de la peluquería, dejaba de hacer lo que estaba haciendo, con un gesto suave tocaba su cabellera como en los comerciales de champú, con golpecitos leves en sus risos esti- lizados. Y otra vez extendía la sonrisa, mostrando cómo sus ojos desaparecían entre las arrugas, que cada año se hacíanmás hondas. Durante la tarde, tuve que apoyar la tarea de polinización en la nave central. La Gaby tomó sus hileras habituales, que mi madre había cuidadomientras ella estaba sacando polen conmigo. Todas las compañeras felicitaron a la Gaby por lo linda que se veía. Ella estaba feliz, era el centro de todas las conversaciones. Cada vez que alguien le comentaba lo bien que le dejaron el pelo, la Gaby empe- zaba de nuevo la misma historia: que el Juan Carlos, su pololo, la había llevado a la peluquería, que le había costado mucha plata,