Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
63 técnico, no tenía muchas posibilidades. Ninguno de los ramos y asignaturas que me pasaron se acercaba mínimamente a lo que exigían en la prueba de aptitud académica. Era como empezar la carrera de cien metros planos, pero mil metros antes de la línea de partida. Me di cuenta cuando empecé un preuniversitario que impartían en la municipalidad: no entendía ni lo básico. Así que volví a las faenas agrícolas. Para esa época, trabajar de cajera en un súper o ayudante de ventas en alguna tienda era tan mal pagado como el trabajo agrícola, con la diferencia de que, en este último, no importaba la ropa que se usaba y el mundo de las temporeras era mi mundo. —¡Estái bien enamorada! —gritó la señora María, la dueña de la radio. La había llevado para no perderse la historia. Era una mujer jovial, con esa fantasía adolescente de encontrar el príncipe azul. Aunque llevaba como veinte años casada, amaba las teleseries. Cantaba a todo pulmón la canción de entrada y salida del pro- grama de televisión. Ahora era la Gaviota, antes fue Juan Gabriel. Todas esas mujeres, en sus hileras de flores de colores, poliniza- ban cantando: «Abrázame muy fuerte amor, mantenme así a tu lado». Un panal dentro de un invernadero, un enjambre, unmur- mullo de abejas obreras. —Es que usted sabe Mariíta, una que nació enamorada. —Te gusta harto la leche de culebra, parece—lanzó la señora María con una risotada, mientras el resto de las trabajadoras nos aguantábamos las risas. A mi madre no le caía nada bien la señora María, siempre la encontró desubicada y lengua larga. —Más ordinaria esa señora. Anda a sacar polen, mejor; la Gaby te va a acompañar —ordenó mi madre. Estaba consciente
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