Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

62 Con la llegada de la democracia en los noventa, se masificaron las empresas agrícolas en la zona. Armaban invernaderos y daban la posibilidad de trabajar todo el año; ya no era un rubro estacional. Mi mamá aprovechó este nuevo método de empleo. Dejó atrás el campo abierto como recolectora y consiguió un puesto en uno de los cientos de nuevos invernaderos que se levantaron. Solo le costó un poco de tiempo convertirse en jefa de nave y tener a cargo a un grupo de mujeres. Yo tenía 18 años y todavía era una cabra chica. Quería estudiar en la universidad. Quería salir del rubro de tem- porera, que había empezado de niña. Dejar atrás el sol, el calor, la tierra y el rocío de la mañana o, por lo menos, sentirlos como lo hace toda la gente. Porque no es lo mismo mirar desde un bus en la carretera el paisaje rural como una postal, que estar a las tres de la tarde enmedio de un predio cosechando habas sin nada de som- bra, aguantar temperaturas altísimas bajo el plástico de un inver- nadero sin la mínima brisa, correr sobre los terrones secos con un tarro colmado de limones para llenar cajones al final de la hilera, o meterse a un porotal a las diez de la mañana con el rocío que moja hasta la cintura. Las condiciones habían cambiado un poco: los paños agrícolas tenían agua potable y baño, y habían construidos comedores. Pero yo quería otra cosa de la vida, como la Gaviota. Creo que todas las niñas, hijas de trabajadoras agrícolas, soñába- mos con hacer lo mismo que la Gaviota, que pasó de ser recolec- tora de café junto a su madre por los campos de Colombia y llegó a subgerente de una empresa exportadora. Café con aroma de mujer era la teleserie colombiana que escu- chábamos todos los días por la radio. Teníamos la suerte de que el audio del canal de televisión se podía sintonizar al final del dial. Se parecía a los antiguos radioteatros, aunque en mitad de los noventa. Pero lo mío no era ficción y, siendo egresada de un liceo