Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
59 Apenas terminó la teleserie, la señora María cambió el dial. Buscaba una estación de radio que tocara buena cumbia sound . Desde el fondo del invernadero, se escuchó a la Gaby: —Mariíta, déjela ahí nomás, es que me encanta la Myriam Hernández. «El hombre que yo amo» es mi canción. Gritos, aullidos y risas fue la respuesta de las demás tempo- reras, mientras la Gaby seguía concentrada en su labor y, con voz bajita, canturriaba embobada. Conozco a la Gaby desde que tengo memoria. Era una de las hijas de la señora Irma, la compañera de trabajo de mi madre de toda la vida. La Gaby era una rubia crespa, de pelo desordenado, con voz de viejita; sin importar la edad que tuviera siempre tenía esa vocecilla. Su forma de ser era como la de una niña mimada. Tuvo hijos, pero no los conocí bien, tal vez los vi un par de veces. Eran varios años menores que yo, y siempre andaban entre hoga- res de menores del SENAME y la casa de la abuela. La imagen que tengo de la Gaby es de ella sentada en la caja de cemento del medidor de agua, en la casa de mi abuela. Esa mañana salieron con mi madre a buscar trabajo de temporeras por Melón y Nogales. Mi mamá nunca salía sola. Antes lo hacía con la señora Irma, pero con el tiempo ella dejó el oficio de temporera y se convir- tió en la niñera de sus nietos. La compañera de faenas de mi mamá pasó a ser laNidia, la hermanamayor de laGaby, pero como la Gaby estaba recién separada y con crías chicas, se la encaletó a mi mamá.
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