Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

55 violador, y se los escobillábamos a conciencia. Pocos intentaban defenderse. También les ayudábamos a refrescar la memoria. Con cada escobillada le repetíamos los nombres de los niños, las eda- des, el parentesco. A la semana, llegaba la pulmonía. Nunca nadie sospechó nada. Una frase triste, porque las mismas cuatro palabritas aparecían en la boca de los familiares cuando intentaban explicarse cómo, bajo sus propias narices, el anciano había hecho todas esas cosas. Tres años después, Oli se recibió de enfermera, los ojos deli- neados, los labios color sandía, la risa fácil. Yo abandoné la facul- tad y me regresé a Chile. Perdimos el contacto. Ahora tengo en casa mi propia lavadora automática. Me encanta. Bueno, como les decía, esta mañana murió mi padre en Argentina. Otro viejo asqueroso. Y yo me acordé de Olimpia.

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