Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
54 monótonas entre el trabajo y el estudio, adquirieron un bri- llo rutilante. Poco a poco, la salud del viejo decayó. Fue el primero. Como dos Mary Poppins, comenzamos a recorrer los barrios bonaerenses. Eran tantos los viejos solos que necesitaban de nues- tros cuidados. Ya en la primera entrevista con la familia, nosotras nos encargábamos de abrir el juego. Contábamos que veníamos de cuidar a otro anciano, un hombre muy simpático, pero que, al igual que su padre, terminó muy solo. «Es tan triste terminar tan solo, ¿no? Pero ese hombre hizo cosas que no debía, sabe, con unas sobrinas, y también con las nietas, unas nietecitas chiqui- tas». Ya estaba el anzuelo. Luego, hacíamos preguntas de rutina, como dándoles tiempo. La mayoría de las veces empezaba una de las mujeres: «No es fácil para ninguna familia. Pasa mucho más seguido de lo que la gente cree. Quizás nosotros no debería- mos contarles, pero…». Y como quien se saca una culpa por no haberse dado cuenta a tiempo, nos vomitaban la historia. Recién ahí, Olimpia y yo preguntábamos por el pago y los turnos. Dependiendo de la ficha clínica, y también del número o la edad de las víctimas, diseñábamos conOli diferentes finales, algu- nos más abruptos, otros más lentos, otros más dolorosos. Pero nin- guno se salvaba de nuestro ritual. La marca de nuestra empresa. Les dábamos un relajante muscular, les cubríamos la boca y, desnudos, los arrastrábamos al baño. Casi siempre estábamos solas; quienes nos contrataban nos teníanmucha confianza. En el baño, llenábamos la tina con agua fría y espolvoreábamos una dosis generosa de detergente de ropa. Muchos se meaban por el frío. Con toda la paciencia de buenas cuidadoras, Oli y yo les lavábamos la boca sucia con la misma lavaza; luego, tomábamos muy suave esas manos inmundas, esos dedos impertinentes, ese miembro
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=