Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

52 pero no alcancé a decir nada, porque Oli se sacó la bombilla de la boca y repitió muy lento: «Cinco billetes de los grandes». Luego habló de unos libros caros que necesitaba para el instituto, de un nuevo set para poner inyecciones, de un moderno aparato para tomar la presión, y cerró la lista con un: «Me lo estoy pen- sando». Yo llené de nuevo el mate, sopesando sus palabras, y ella me relató en detalle el guion de la futura escena. Una hora antes de finalizar el turno pondría una película porno en el VHS, frente a la cama del viejo. Acercaría una silla al catre, se sentaría cómodamente y, sin sacar los ojos de la panta- lla, estiraría el brazo derecho hasta la entrepierna de Don Celso y tomaría su miembro con la mano enguantada de amarillo. Sí, se pondría uno de los guantes de látex que usaba «la por hora» para lavar los platos. «Ya me los probé», dijo, riéndose. «Los embadurné con vaselina». A las risotadas, apostamos cuántos minutos podía durar el asunto. Solo es cuestión de ritmo, ase- veró ella, y agregó que serían los minutos mejor pagados de su vida. Nos reímos. Pocas veces hablaba en serio. Yo pensé que bro- meaba hasta esa mañana en que el viejo me confundió con ella. No más llegar al turno, Don Celso me llamó Oli, y enseguida con voz calentona, un tonito de súplica y los ojos inyectados de deseo, dijo: «Oli querida, muéstrame las tetas». Varios días después, mientras yo barría nuestra pieza de la pensión, Olimpia llegó con el set de inyecciones y un par de libros nuevos de enfermería. Esa noche, echadas en la litera, la luz apagada y cada una en su cama, con las palabras de Oli bajando y las mías subiendo, nos confesamos algunos recuer- dos. Revolvimos parte de nuestra infancia en Chile, de la ado- lescencia, y descubrimos que, si bien nuestras historias no eran similares, estaban hechas de los mismos miedos y dolores.

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=