Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
42 el hongo húmedo del resentimiento y eso vale dinero. Los trocheros fueron un día niños de la trocha, hijos fortuitos de una maldición. Voy a ir a conocer tu pueblo, madre. Cuando encuentre tra- bajo, con el primer dinerito, a ver si quedó alguien de lo que fue la familia. ¡Me lo has contado tantas veces! En el cofre de tu rosario tengo la llave de tu casa, mamaíta, donde la dejaste. El conuco, al pie de las montañas, los atardeceres dorados. Imagino el terreno, pequeño, sembrado de yucas tiernas, tomates, auyamas. Te veo regando bajo un sol que hace brillar tu pelo renegrido, herencia que me has legado. Debías de ser hermosa. Tenías la piel tersa, amarillenta, con esas pecas en la nariz que te daban un aire de carajita. Decías que el sol del medio día te estragaba, nunca volví a escuchar esa palabra, mamaíta, jamás nunca. Aunque solo nos separe una frontera, no somos lo mismo. No es lo mismo resaca que ratón, aunque la borrachera sea la mismita. Me contaste que en tu pueblo florecían las orquídeas. No te cansabas de decirme que el valle amanecía teñido de color violeta, rojo o naranja según los sueños de la gente. Cierro los ojos y te imagino, de pequeña, correteando entre las flores. Parir es un viaje transformador donde un grito parte la tie- rra y ella, dadivosa, comparte sus frutos. Parir es volver a recor- dar qué somos. Volver a ser semilla que un día será una nueva. Cuando una mujer pare, pare la humanidad. Dicen que los hijos son de todas y que, al venir, disuelven las tinieblas. Tal vez por eso se le llame alumbramiento. Dar a luz, salvarse de lo oscuro, huir del vacío. Crear. Cada mujer que da vida mueve la rueda del mundo. Parir es el repudio del desierto y nacer es historia para contar. Aunque no todas son bue- nas, las que acunan a los niños de frontera los condenan a cruzar.
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