Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
41 Donde quiera que estés, mamaíta, ahora entiendo. No había más desespero que querer cerrar las piernas y no poder, eso me dijiste. Antes de morir hablaste hasta quedar dormida, cada una de tus palabras arraigaba en una herida que no puedo cerrar. Dijiste que uno, el más gordo, te sujetaba por los tobillos y otro, muy joven, con olor a alcohol rancio, te mordía e intentaba, sin poder. Marica de mierda, le gritó el gordo. Oquieres que te ponga un bolero. Primero fue el gordo, luego el que olía a mil diablos. Y nadie hizo nada, nadie movió un dedo para defenderme, así me dijiste ese día, antes de morir. Cómo puedo quitar de mi mente tus palabras, tanto que duelen, mamaíta. Soy hija de la frontera y aquí me tienes. Donde estés, por favor, cuídame. Aunque en la trocha a nadie le importa que una esté rota. Taína camina, el vientre se le endurece. Tiene miedo de parir. Aunque todavía no es la fecha. Dios, si es que existes para una caminante, si para ti soy algo más que gente sin nombre, te pido que me hagas llegar al otro lado. Así suplica y las mejillas le arden, los ojos le lloran y los pies se afirman a la tierra que fue de sus ancestros y que pronto será de ella, si ese Dios, al que invoca, tiene compasión de una inmigrante. El viento se arremolinó y le trajo aroma a cayenas, orquídeas, acantos y alelíes. No estaba tan sola. Los trocheros son una denominación de frontera. A veces son los dueños del peaje; otras, los que caminan pisando riesgos en una apuesta sin límites. Desplazados, víctimas de trata, apátridas, refu- giados, traficantes. Es el rasgo de estos expulsados de toda civilidad. Mafias o migrantes, depende. A veces, las dos cosas. En las fronte- ras las diferencias se pactan. De ellos depende cuánto puede durar el viaje. No hay acuerdo posible. Su negocio no es cruzar la frontera, sino quitarse del cuerpo
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