Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
40 ambulancias y bomberos de socorro, pero la magnitud de viajeros impide un estricto control y un adecuado y eficiente salvataje». Mil quinientos pasos para llegar. Eso dice el trochero. Taína se lo repite para juntar coraje mientras se desliza en el barro. Las zapatillas, recién compradas, se hunden en una greda de color naranja oxidado. En los tobillos se le pegan sanguijuelas. Pasa una mano y es peor: el hormigueo le impide avanzar. La gente que ve en el camino se le parece ¿Será que la miseria iguala? Maletas, ces- tas y bultos recortan el horizonte. Una perpetua mudanza hacia lo incierto. Quiénes fueron antes de este tránsito de extrañeza. Antes de ser esta marcha de almas en pena. Hace apenas unas horas, cuando estuvieron por última vez en sus camas y apagaron el despertador. Al darse el baño y perfumarse. Al dejar unas migas en el mantel durante el desayuno. Antes. Cuando eran hijos, padres, nietos. Cuando fueron vecinos y amaban. ¿Qué hicieronmal? Taína mira con inquietud y ve que la desesperación es el negocio más rentable en la frontera. Salvar la vida la hace heroína, aunque se diga que los héroes estén destinados a morir. Todo humano de por allá es frontera. Es un pueblo de nadie. Por ahora, apenas, una tenue línea en el horizonte. Lugar de rendiciones. Nadie defiende integridades. Al contrario. Una vez dentro, las pieles son del color de las granzas y la tierra. Se mezclan los acentos. Los aro- mas se evaporan. En esta anomia compartida, el olor agrio del miedo es el denominador común. Una mujer grita. Taína busca en los ojos del trochero. Él se hace el distraído pero sabe mejor que nadie que los caminantes han dejado de ser, que en la trocha se vuelven carne de olvido. Cada diez mujeres, una, murmura un hombre que va adelante.
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