Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
39 Taína ahora espera un hijo y del otro lado hay trabajo y un buen hospital. No estaba en sus planes cruzar, pero «tiene el juego trancao». A veces amor y pareja no vienen juntos. Él sólo que- ría una amante. Y Taína lo vio bien, siempre que con el tiempo pudiera enamorarlo. Ella confiaba en sus sólidas caderas, en la mínima cintura y en esa sonrisa bonchona capaz de llevarse puesto a quien se le pusiera por delante. De sus manos brotaba la ternura: en el abrazo, en las perolas, al extender las cobijas. Las del amante sabían marcar territorio y poseer. Sus brazos eran cadenas, cada día, siempre igual, la ataban como testigo de un deseo caprichoso para cumplir consigomismo. Taína no conocía otra forma. Así eran todos. Hombres de gran- des crucifijos de oro en el pecho y pocas palabras. Mientras ella trenzaba afinidades, él marcaba diferencias. La frontera nunca deja de moverse, como el río. A veces crece y se lleva todo. Se avanza despacio, entre costales, tomados de cuer- das flojas, traicioneras. De ese sostén precario se aferran asilados, migrantes sin dinero, refugiados. Temen. En cada minuto alguien se juega la vida. Cruzar inspira las plegarias, del otro lado está la salvación. En esa aparente calma de transeúntes, no saben qué les espera. Cuando no es Migraciones, se desborda el agua o la inquie- tud paraliza sin motivos. Querer volver a casa y olvidar qué se hace en ese lugar es el desandar imaginario del viajero. Dicen que los matorrales son el lugar de castigo de las que dudan. Es mejor avanzar. Consuelo lastimoso de peregrinos. El viento mueve las hojas de un diario que alguien dejó tirado sobre una piedra, a la buena de Dios: «Migrantes corren riesgos al cruzar el río, cuyo caudal se encuentra crecido. En la trocha, que divide a ambos países, las autoridades fronterizas cierran los pasos pero la urgencia por cruzar hace caso omiso. Se han destacado
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