Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
33 Ese día bajó las escaleras muy despacio, sin hacer ruido. Era demasiado temprano, pero como no había podido dormir en toda la noche decidió encarar los pendientes. Notó que una hebra de su nombre se descosía en el ambo viejo: la eme perdía, poco a poco, su primera pata. No quiso pensar, pero pensó que su mamá se estaba vengando. ¡Nunca le tocaban tantas cajas! Y ahora ocupaban medio pasillo, casi no había sitio para pasar. Tajeó la cinta de la que sobresalía en las alturas. Era un lote de shampoo. Nutrición, brillo y suavidad, se repetía en las etique- tas doradas. Para cabello seco, opaco y sin vida. Moli estaba tan triste que hubiese abierto todos esos frascos y se los habría tirado en la cabeza hasta quedar sepultada en esas cremas fantásticas. Todavía le quedaban cuatro cajas cuando vio a su mamá llegar desde el fondo. Le dio los buenos días. Se los devolvió. Los días eran una pelota invisible que flotaba entre ellas, rebo- tando de una pared a la otra del supermercado. Siempre iba a ser así, pero cuando abrió la tercera caja y vio la cinta roja entre los jabones creyó que era un error. También lo creyó cuando encon- tró el fajito de ahorros aprisionado en el medio, cuando levantó la vista y su madre estaba abriendo las ventanas en el frente, ensimismada. Moli se guardó el fajito a toda velocidad en el bolsillo del pantalón y no dijo nada. Caminó hasta la caja registradora, levantó la palanca de luz mientras su mamá daba vuelta el car- tel que de un lado decía «cerrado» y del otro «abierto». Con fervor esperó que volteara y, cuando su gran nariz de águila giró, soltó un pequeño suspiro. Su mamá no se detuvo, fue derecho hasta su butaca. Acomodó las cajas vacías al costado, la miró de frente y le pre- guntó: «¿Terminaste?».
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