Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

30 basura, se repetía mientras revisaba debajo de la cama, entre sus cajas de zapatos viejos, esos que ya no le entraban ni estaban de moda, que acaso jamás lo habían estado y además le sacaban ampollas. Zapatos de hormigón que la fijaban en las calles insul- sas e idénticas a sí mismas de ese pueblo de mierda. —¡Qué basura! —gritó Moli, y se abrazó las piernas en el suelo, con la espalda apoyada en la puerta de su habitación. Era cierto que la ventana no tenía rejas, pero ninguna ventana del pueblo las tenía. Las puertas quedaban sin llave, las bicicletas apoyadas en los árboles. Casi no había robos y si los había se sabía pronto quién y por qué. Era cierto, también, que todo el mundo estaba enterado de queMoli planeaba irse en diciembre, y que para irse de cualquier lugar hay que juntar dinero. ¿Pero cuánto? Moli no lo sabía, pero ahora ni siquiera tenía un poco. Así que lloró durante toda la noche, hasta quedarse dormida. Lloró con un llanto silencioso, cuidando de no despertar a su mamá, que en pocas horas tenía que levantarse para ir a trabajar, y por la vergüenza de haber ahorrado a sus espaldas. Lloró para adentro hasta agotarse, derrumbándose, y lo hizo con furia y alivio, porque ya no iba a poder despedirse de nadie. Ni siquiera tomar el colectivo, llegar a la terminal, temblar de miedo junto al chofer y juntar coraje después para caminar sin dirección entre la gente, cal- cando los movimientos ajenos. Tampoco iba a tener oportunidad de aturdirse y tomar un taxi, al fin, resignando el dinero que había reservado para la primera noche de hotel y sin saber qué dirección indicar cuando la apurase el taxista; o dar cualquier dirección, la de su escuela, por ejemplo, que estaba en una avenida del pueblo y, según le habían explicado, los próceres de las avenidas se repe- tían en todas las ciudades y en todos los pueblos del país, así que a algún lugar iba a llegar, aunque fuera cualquier lugar.

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