Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
29 —Moli —comenzó, tímida—, ¿vos sabés si tu mamá ya tiene reemplazo? Sí, el mundo iba a seguir después de ella. El pueblo iba a seguir después de ella. Las cajas se iban a abrir y a cerrar, los desodorantes y los jabones quedarían toda la noche en su sitio, esperando a la mañana, a que su madre se acercara como un fan- tasma helado a la caja, encendiera las luces, abriera las puertas y la gente pasara, una detrás de la otra, esmerilada por el aire puro de la mañana del campo. Las personas se llevarían lo que nece- sitaran, exactamente lo que habían ido a buscar. Y alguna que otra cosita también. —Te averiguo —había respondido rápido Moli para sacár- sela de encima. Sobre su cama, cada noche, Moli estiraba los billetes y los miraba fijo, como si pudiera multiplicarlos con la mente. Antes que ella, muchas personas habían conseguido lo que deseaban con el solo acto de sacarlos de sus billeteras. Moli abrió el cajón de la mesa de luz y buscó el atadito al final de la madera. Lo doblaba con cuidado al medio y lo ajustaba con una cinta roja, adelgazada y reseca, que su abuela le había atado a la muñeca con doble vuelta cuando era chica. Pero tanteó del otro lado y tampoco lo encontró. Un calor le subió por la espalda y punzó su coronilla por dentro como un timbre de hotel. Sacó el cajón entero del mue- ble y lo volcó sobre la cama. Collares, ganchitos, monedas, aros, cadenitas, envoltorios de golosinas y el sonido de un millón de cascabeles hundiéndose en el acolchado. Separó cada objeto del siguiente; agrupó los papeles, la bijouterie, la basura. Aunque todo era basura, pensó mientras empezaba a llorar. Sí, todo era
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