Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
27 Moli abrió los ojos y, cuando su amiga le sacó la cara de encima, lo que vio fue el cielo en toda su extensión. Las nubes avanzaban, célibes, repletas de figuras secretas. Se incorporó como pudo, apoyándose con el codo dere- cho en el pasto húmedo. Estaba por responder pero le vino una arcada. —¡¿Cómo no me lo vas a contar primero a mí?! Su amiga la abanicaba y le soplaba la frente entre reclamo y reclamo. En el hundimiento de sus ojos pudo ver que había llorado. Estaban solas a un costado de la fiesta. Alguien la había llevado hasta ahí, pero Moli no recordaba nada. La aturdía la hinchazón de su cabeza, pesada y pendiente como un limón maduro. —¿Y a dónde te vas a ir? ¿Para qué? ¿Qué vas a hacer? —Creo que voy a vomitar. Y vomitó. Después del escándalo, todo el pueblo estaba enterado. Pero con Moli no era igual que con las otras, porque de ellas nadie espe- raba que se quedaran. Había un recelo flotante que jamás había conocido en carne propia. En gimnasia, absurdo, nadie la elegía para su equipo. Moli era la mejor, la primera en volar del pelotón, capitaneara quien capitaneara. Incluso la de Wolf había llegado a elegirla antes que a las otras, una vez. Por lo general, se la adueñaban pronto y a cambio de nada. A Moli le alcanzaba con ese premio. Pero ya no. Y ahora nadie la quería cerca.
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