Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
26 Moli ni siquiera tenía traje de baño. Tragó saliva y después tragó, de un solo sorbo, toda la cerveza que le pusieron delante. —¿Y a dónde es que te vas, si se puede saber? —A Buenos Aires —respondió. Era lo que decían todas las demás. Era el lugar al que se iban las que se iban. En la otra punta de la mesa chica comenzaron una conversa- ción distinta, como si lo suyo fuera noticia vieja. Hasta los oídos de Moli llegaban palabras que no lograba entender, los tintineos de sus pulseras de plata amplificados por el cambio de tempera- tura y el alcohol. Sus compañeras de mesa se estaban pasando las direcciones donde iban a alquilar departamentos. Había pares orquestados por familias vecinas y otras tenían reservadas habi- taciones en residencias estudiantiles. Hablaban de sus universi- dades, de sus carreras, y con cada coincidencia gritaban a coro, excitadas por ese porvenir lleno de promesas. Alrededor suyo había futuras abogadas, médicas, contadoras. Parece fácil. Tiene que ser fácil, se dijo Moli. Su promedio superaba al de todas las que estaban sentadas ahí. Ella era apli- cada, y muy celosa de su rendimiento. No había materia en la que no se destacara. Una mano anónima le volvió a llenar el vaso. No la vio, ya no veía nada y, aunque en el salón la temperatura era perfecta, seguía transpirando. De repente, como si le hubiesen dado un mazazo en la cabeza desde atrás, perdió el conocimiento. —¡¿Es verdad que te vas?! —le preguntaba Lucía mientras le cambiaba el paño de agua fría de la cabeza, que en realidad era su propia remera pasada por la pileta.
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