Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
25 Sintió un golpe blando en el pecho, la conciencia de que todo lo estaba haciendo por última vez. Su mamá no le había objetado la decisión, tampoco había mostrado sorpresa. Probablemente estaba advertida, porque durante la última semana Moli se la había pasado repitiendo por todas partes eso de que se iba a ir del pueblo. La última persona a la que se lo había comunicado, con temor y con vergüenza, era su mamá. Pero nada de lo que creyó que iba a pasar, pasó. Su mamá no la detuvo en absoluto. Sus palabras la habían comprometido mucho más allá de lo que imaginaba, cuando Moli las puso a rodar por primera vez en ese viaje a la fiesta. O después, cuando llegó y se sentó en la mesa de la despedida. —¿Qué hacés, Moli? Te toca allá, acá estamos las que nos vamos. —Yo también me voy —respondió, seca y con orgullo. La transpiración le congelaba la nuca en el aire acondicio- nado del salón. Giró a los costados y sonrió esperando una reac- ción, cualquiera, que dejara atrás ese momento de incredulidad general: Moli también se iba. La deWolf acababa de llegar y le clavó la vista con odio, como si fuese una miguita de pan y la pudiese barrer con una mirada. —Traé un vaso más, que se agranda la mesa y hay que cele- brar —le ordenó la chica que tenía al lado. Moli estaba tan nerviosa que ni siquiera recordaba su nombre. Nunca se hablaba con esas chicas. No tenía nada que decir- les. Pero ahora sí. ¿Por qué se le había ocurrido sentarse en esa mesa? Era la más pequeña de todas, con vista al campo abierto y a la pileta. Afuera, en el calor, sus compañeras se zambullían, des- enfrenadas, como si acabaran de conocer el cloro.
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