Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
24 lejos de cualquier tranquera: kilómetros y kilómetros de sanda- lias de la de Wolf. Faltaba muy poco, pero de cualquier modo era tarde. Imperceptible, el cielo se había ido oscureciendo. A lo lejos divisaron unas luces y dos globos de cumpleaños en un poste. Era un verdadero milagro que no hubiesen volado por los aires con esas temperaturas. Llegaron. Se apagó el motor y, como por arte de magia, el perro dejó de ladrar. No hacía falta, pero el tío se bajó también. Hizo el gesto de siempre: arrugó la nariz y arrastró el labio supe- rior hacia arriba, dejando al aire un cuadrado de dientes amari- llos. El agua era pesada y los tenía manchados, como todos ahí. Moli también los tenía así, pero no tanto. El tío miró las luces de la casa por sobre los autos estacio- nados, como controlando que dejaba a su sobrina en un lugar seguro. Lo hizo rápido, apenas uno o dos segundos menos que de costumbre. Tampoco preguntó si las botellas eran de Coca-Cola, el viejo chiste trasvasado de viaje en viaje cada vez que la llevaba a una fiesta. Moli le sonrió apretando la boca. Había aprendido a hacerlo sin mostrar ningún diente. Agradeció el viaje, dio media vuelta con su bolsa y se la tragó la tranquera. —Dice que pasa mañana temprano, antes de la escuela. Así que ponete el despertador. —Bueno. —Y cuando termines con esas, fjiate que atrás quedaron las cajas de perfumería. Están todavía sin abrir. Arrodillada en el primer estante, Moli miró a su mamá ale- jarse por el pasillo de lácteos, azulada por el frío de las heladeras.
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