Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

23 a hablar así, como ellos. Como los primos y como él. Con ese tono suficiente y burlón del que nada lo conmueve. El tío mató un mosquito en el parabrisas con el dorso de la mano. —Mirá qué maleducada te vas poniendo. Moli revoleó los ojos y un poco le sonrió de costado, para bajar los humos. También había aprendido eso: a enmendar sobre la marcha, sin desdecirse ni pedir disculpas. A que ni le fuera ni le viniera. Ya se iban acercando al campo de los Caserta. Palpó las bote- llas. Las había estado enfriando todo el día en la heladera y ahora estaban tibias. Las manos le quedaron húmedas y se las pasó por el pelo, estirando, estirando. —Tío, yo me voy a ir —le dijo de repente. —¿A dónde te vas a ir? —No sé, pero yo me voy a ir de este pueblo de mierda. Moli no sabía por qué le había dicho eso a su tío ni trató de explicarlo. En realidad, en ese momento, lo que sí la preocupaba era estar llegando tarde a la fiesta y con la bebida caliente. Aunque era cierto que también hubiese preferido no llegar en la camioneta vieja de su tío, en cueros. Violines extraños sonaban con cada pozo del camino, desde los amortiguadores. —Pssst… Tu mamá decía lo mismo. —No me acuerdo. —No te podés acordar de todo, nena. ¿Qué te creés? ¿Que naciste antes que el mundo? —Igual me voy a ir. Cuatro o cinco perros vagabundos de los campos venían a saludar al suyo. Habían aparecido cruzando a campo traviesa,

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