Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

22 retrocedió en el asiento. Podía sentir los antiguos resortes claván- dose en su espalda. El primo la miró. Estaba seria, recién pintada. Se había com- prado un rubor la semana pasada con los ahorros del supermer- cado. El primo, después, miró al tío. —¿Y a esta qué bicho le picó? —Ahh, la juventud de ahora… Bueno, nos vamos que llega- mos tarde y esas mojarritas no se van a pescar solas. El perro siguió ladrando todo el camino. Ladró mientras pasaban por el campo de Quiroga, que era tan grande que lle- gaba hasta ahí, y también cuando siguieron por la bailadita, un tramo de curva y contracurva en el que se mataban los adolescen- tes en moto los fines de semana cuando no estaban entretenidos en voltear tachos de basura. Ladraba el perro todavía cuando doblaron al fin y apareció la entrada deWolf, una tranquera doble con arabescos de madera que se parecían a un cisne o a una jirafa, nadie se decidía. —Vos sabés que extraño pescar, después de todo… íbamos con tu abuelo todos los domingos. —No me acuerdo. El perro ahora le ladraba a otro que corría a la par de la camio- neta, frenético. Era imposible saber si se estaban agrediendo o salu- dando. Moli hizo cuentas: en realidad le quedaban siete semanas, si no contaba el domingo. Siete semanas hasta diciembre. Y siete no eran ocho. —Cómo te vas a acordar, si ni habías nacido. Pero yo sí me acuerdo. —Te felicito —le respondió. Era el hermano mayor de su mamá. El que las llevaba y las traía, el único con auto de la familia. PeroMoli ya había aprendido

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