Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

136 vaciló, herido por la piedra en la frente; vaciló, osciló y desa- pareció entre las paredes del tajo, sumido en lo húmedo, en lo fragoroso. Los niños lo esperaron en el embarcadero. —Si’habrá ido derecho pa’l rancho —dijo uno. —¿Veímos la red? —propuso el otro. —La veímos no más —dijo Venancia—, y si s’enoja, que s’enoje... Trajinaron un rato. Sacaron el pescado. Lo pasaron por largas ramas de plantas acuáticas para formar sartas. Y echaron a andar camino el rancho con su carga. La abuela los aguardaba sosegadamente bajo el cobertizo del horno, con las manos cruzadas sobre la costura. —Mire, agüela, truchas y un salmón chico. —¿Y el taita? —preguntó uno de los chiquillos. —Aquí no ha llegao —dijo la abuela, y se volvió de perfil. —¡Bah! Se li’habrá olvidao algo y volvió pa la montaña. —¿Por qué no lo van a catear? Es harto tarde y vendrá con hambre. Regresaron al rato. El padre no estaba. ¿Qué hacían? ¿Lo iban a buscar al otro lado del puente? —No—dijo la abuela—. Se hizo noche ya. Dentren a comer. Ya llegará... Comieron y esta vez fue la abuela quien en seguida dio orden de que se acostaran. Se caían de cansancio. Se caían de cansancio medio a medio del sueño. La abuela se quedó un largo rato en su otro sitio habitual, en el de las tremendas noches invernales, cercana al fuego, volteada la cabeza sobre un hombro, garduña en acecho, con el perfil fijo en la penumbra, en la mano el cigarrillo, despaciosamente liado,

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