Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
135 Otra vez ganaba el hombre... Y ella allí, como una buena tonta, trabajando el día entero para que «su mercé» hallara el pan dorado, el sabroso caldillo, las papas asadas y el agua hir- viendo para cebar el mate. Y la ropa limpia y el rancho como una plata... Tonta... Empezó a merodear por los contornos. Hacía sigilosos viajes por el sendero hasta enfrentar el puente sobre el tajo. Se perdía en lamaraña de los árboles, de los arbustos y enredaderas, apareciendo súbitamente frente al rancho, buscando rectas entre el puente y su sitio habitual, bajo el cobertizo del horno. Desahogaba su mal humor en los pájaros, hasta los más chiquitos, tocados siempre por la piedra de su honda. Merodeos sin testigos, porque aguardaba siempre para realizarlos que el eco no le trajera seña alguna de la presencia de los otros, lejanos por las montañas. Volvían del bosque de araucarias. En la mañana había el hom- bre dejado tendida la red y estaban los chiquillos impacientes por ver la pesca. Venancia se había hecho una corona de peque- ñas hojas y venía delante. Atravesó la primera el puente, como si los pies descalzos adhirieran al tronco rugoso, firme y segura. Pasó un chiquillo, silbando, sin darle importancia al abismo que estaba abajo, profundo, verde, tonante. Los demás niños venían con el hombre, que cargaba el hacha. Pareció que iba a pasar pri- mero. Pero les cedió el paso a los hijos, que atravesaron, unién- dose a los demás y echando a correr en dirección al embarcadero y a ver la red. El hombre puso el pie en el puente. Como los chiquillos, parecía adherido a la piel del árbol. Pero en la mitad, de súbito
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