Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
134 hombre aquello que le hurgaba en las manos y que a veces le hacía doler los ijares, Eufrasia le gritó a tiempo de huir: —Ya arreglarís cuentas con el patrón... Y se quedó petrificada al oírlo contestar, mordiendo y aho- gándose con las palabras, las manazas colgantes y los ojos per- didos en la carnosidad de los párpados: —El patrón... Cuando me vea... Con agarrar a los chiquillos y mandarme muar pa’ otro lado. El patrón... Tanto cuco con el patrón... Que se meta en sus cosas el patrón… Se había hecho costumbre en Eufrasia, ahora que el tiempo estaba despejado, irse a sentar bajo el cobertizo del horno. Llevaba una banqueta, la costura o el tejido, y allí se estaba las horas, solitaria, en espera de que regresaran el hombre y los niños, porque también en él se había hecho costumbre llevár- selos para el trabajo desde el alba. Lo que a los chiquillos lle- naba de holgorio, olvidados de los golpes y de las palabrotas en cuanto se trataba de irse por la laguna para atravesar a la mon- taña frontera o quedarse esperando que picara el salmón o ayu- dando al padre en la tarea de elegir los árboles que habría de derribar para fraccionarlos y hacer después con ellos los cercos, o si no en aquella otra aventura, maravillosa, que consistía en atravesar haciendo equilibrios el puente tendido sobre el tajo, pasarela primitiva y peligrosa. Regresaban hambrientos y cansados. Eufrasia tenía lista la comida, que servía Venancia desmañadamente, y luego el hom- bre daba orden de acostarse. Y estaban los chiquillos tan ren- didos, tan absolutamente rendidos con la caminata, el aire y el sol, tan ahítos de comida, que caían como piedras al fondo del sueño, sin que la abuela pudiera obtener de ellos la más mínima información de lo que habían hecho en el día.
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