Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

133 tanto a la Esperanza, ¿no? Bueno. Pero ¿por qué no salía a juntarse con ella? ¿Qué hacer? Bruscamente se decidió. Volvió al rancho. La chiquilla se restregaba la nariz con un trapo. Bernabé estaba derrengado en una silla, lelo, y más que nunca le temblaba la nuez. No pareció darse cuenta de la presencia de Eufrasia. De frente, si era posible. Si no, por caminos tortuosos, gateando. Una vez había perdido, sí. Pero esta vez ganaría. De frente era irse a las casas y contarle al patrón lo que pasaba en el rancho. Y que él interviniera, le quitara los chiquillos al hombre y se los diera a ella. No necesitaba más piezas, que aquellas dos en el patio del fondo eran harto grandes y podían todos acomodarse perfecta- mente. Era la única salvación. El tiempo se iba lentamente afirmando en la bonanza, las aguas también lentamente bajaban y en dos semanas más sería posible irse hasta la hijuela Primera. ¡Claro que el hombre no iba a querer acompañarla, y ese camino era tanmalo! Aunque las bes- tias saben mejor que nadie buscar la huella. Se iría. Era lo mejor. Pero resultaba tremendo dejar a los chiquillos solos. ¡Si se pudiera ir a escondidas con la Venancia! Imposible. La Venancia, tan lerda, tan arrevesada y que ahora le tenía un terror pánico al padre, des- pués que le pegara... ¿Y si ella se iba sola y pasaba algo en el ran- cho? Pero ¿qué iba a pasar, qué? Nada..., y se encogía de hombros. Algo pavoroso, obscuro y latente la inmovilizaba allí. No sabía qué. Miedo a algo impreciso. Un irrazonado miedo. En la siguiente trifulca, otra tarde en que Bernabé les pegó a todos, incluso a ella, sin motivo aparente, sino por satisfacer el

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