Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

132 Sobre Venancia. La niña empezó a sangrar por la nariz, llorando a gritos. Y no atinó a huir como los otros. —¡Válgame Dios! —dijo la abuela, y se alzó a auxiliarla. Pero el hombre se había quedado de nuevo mirándose las manos y, también de súbito, sintió que en el pecho algo se des- hacía en una tibia avalancha, como si llorase por dentro. Igual que una marejada caliente. Y se acercó a Venancia, casi al mismo tiempo que la abuela. —Bestia..., déjala... Un día vai a salir acriminándote con uno de tus hijos... El hombre se revolvió, porque la violencia regresaba y le corría por los músculos, anidándosele allí, junto a la garganta, y que le hormigueaba en las manos. Gritó: —Pa eso es m’hija... Pa hacer con ella lo que se me le ocu- rra... Con ella, con los chiquillos y con vos también... —Esta vez alcanzó a darle un puñetazo, pero no más, porque la vieja, prodi- giosamente ágil, más rápida de pensamiento que él, se esquivó en seguida y salió del rancho. Se fue al cobertizo del horno y allí se acurrucó, dura, con la cabeza ladeada, de perfil, ardida la mejilla donde recibiera el golpe. Pero más le ardía la ira por dentro. Los palos, las estopas, los leños acumulados. Ya no eran un peso, sino una llamarada. ¿Qué esta- ría haciendo en el rancho la Venancia? ¿Le estaría pegando el muy criminal? No, porque no se oían gritos y ella podía separar ruidos, clasificarlos, labor necesaria a su trabajo de antes en el molino, que con sentir su jadeo sabía si andaba bien, si andaba mal y dónde entonces ubicar la falla. Los chiquillos estaban lejos, jugando en la ladera, olvidados de los golpes. A la niña le sangraba la nariz. Pero ¿qué estaba haciendo allí, sangrando? La chiquilla, que se parecía

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=