Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
130 La vieja al principio no quiso intervenir. Cuando lo hizo, el hom- bre la miró enfurecido y le gritó: —Acuérdese cuando le pegaba a la Esperanza... —Ojalá que la hubiera matao entonces. No hubiera vivío la vía e perros que vos le diste, bandío... El hombre avanzó hacia ella amenazante. Pero la vieja se irguió con los ojos tan llenos de llamas de odio, tan dura la boca, tan tremendamente iracunda, que el hombre dejó a medio hacer el gesto. —Anímate a tocarme y verís lo que te pasa... No sabía qué podía pasarle al hombre, capaz de aniquilarla sin otra ayuda que sus poderosas manos. No sabía el hombre qué podía hacerle de dañino la vieja. Pero el caso es que repentina- mente agachó la cabeza, se volvió con los brazos colgantes y aban- donó el rancho. Había ganado esta vez. No sabía Eufrasia en gracia de qué. Pero ¿y otras veces? Afuera seguía la lluvia, con las bonanzas más largas y más seguidas. El viento era siempre el mismo, duro y tajante. A veces parecía acallarse, adormecerse en una inesperada tibieza, en una especie de momentáneo relente de claras nubes. Una mañana amaneció el cielo limpio y el sol hizo brillar en quebradizos cris- tales, en repentinas irisaciones, todo el hielo que el frío escarchara con la complicidad de la noche. Los niños corrían enloquecidos por la blanca superficie res- baladiza. Venancia se estiraba como un gato, con los ojos cerra- dos, dejando que el sol le recorriera la cara en escorzo. Eufrasia trajinaba presta y silenciosa. Bernabé estaba lejos, revisando el embarcadero, el puente tendido sobre el tajo y que unía las dos laderas de la montaña por sobre el fragor de las aguas, los cercos
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=