Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
120 na’ de llevarla pa’l pueblo pa’ que la vea el doutor. ¡Tan bestia el pobre! Con razón usté no fue gustaora d’este matrimonio. Pero el caso es que la Esperanza tá en los puros güesos; a veces pasa días sin poder levantarse, y cuando se levanta, anda a la pura ras- tra no más. Yo sé que a usted no le gusta na’ que li’hablen d’estas cosas, pero a mí se me le hace pecao no venir a icírselas. —Gracias por lo comedía —contestó Eufrasia, y se volvió de perfil, dando por terminada la conversación. Aquello le hurgaba adentro como un cominillo: «Enferma... En cama... A la rastra...» Pero se volvía furiosa consigo misma y se imponía la vieja frase rencorosa: «¡Que sufra! ¡Que sepa lo qu’es güeno!... ¡Que se friegue!...» Pero la frase no podía tomar su antiguo ritmo de estribillo, ahogada por las olas de inquietud, cada vez más fuertemente repercutiendo en su interior, acanti- lado en tormenta. Poco tiempo después la llamó el patrón. —Mire, Eufrasia, me avisa el mayordomo de la hijuela Primera que Bernabé pasó para el pueblo con la Esperanza enferma. Está en el hospital. Los chiquillos quedaron solos en el rancho. Creo conveniente que se vaya a cuidarlos. —Yo no voy onde naiden me llama... —Pero va donde la manda su patrón. —Se hallaron sus ojos y la vieja al fin desvió los suyos, como siempre, ante esa voluntad de hombre y de señor. —Tá bien, patrón. —Arregle sus cosas. Ya di orden para que mañana al alba vaya un mozo a dejarla. Se van en cabriolé hasta la hijuela Primera, de ahí siguen a caballo y llevan su equipaje en una mula. Vea allá cómo están las cosas, quédese el tiempo que estime conveniente.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=