Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
118 lo más bien pa’ tener toos los días su caldillo de trucha o de sal- món. ¡Viera! Y el rancho lo más acomodao. Porqu’ella es tan seño- rita, la Esperanza, da gusto. Si no estuviera tan flaca. La mocosa mayor es igualita a ella, a la Esperanza: los mesmos ojos y lo mes- mito e donosa... La mujer del mayordomo, doña Cantalicia, inventaba viaje a las casas, especialmente para contarle estas novedades a Eufrasia. Que apretaba los labios, remarcando ese gesto que la semejaba a una máscara voluntariosa; que endurecía el filo de la mandí- bula, cerrando con el labio inferior el otro desaparecido bajo su presión. Pero no hacía comentario alguno, para grande enojo de doña Cantalicia. «Porque hasta a las bestias les debe gustar saber de sus crías...», se decía muy alborotada por dentro. Y se desquitaba en interminables chácharas con el otro mujerío de las casas. Eufrasia cumplió treinta años en el molino. ¡Treinta años! Una vida. El patrón la llamó y con su manera recta y sin discu- sión, le dijo que se la jubilaba con sueldo íntegro y que podía elegir entre seguir en el molino, en el departamento que había ocupado siempre, pero sin intervención alguna en el trabajo, o vivir en las propias casas de los patrones, en algunas piezas que le destina- rían y haciendo lo que quisiera. ¡Qué bien ganado tenía el dere- cho al descanso! —No estoy cansá. No preciso descanso —protestó, agre- gando en seguida, rápidamente—: Pero si su mercé ha dispuesto ya lo que quere qui’haga..., no hay más que agachar la cabeza y decir amén... —¿Quiere quedarse en el molino? —Pa’ mí el molino es el trabajo. No tengo pa’ qué quearme allá si voy’estarme mano sobre mano.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=