Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

115 A lo que el hombre solo atinó a contestar con un gruñido ininteligible. Adentro el patrón le dijo: —Bien. La Eufrasia está conforme con que te cases con la Esperanza. Eres serio y trabajador. Como el casado casa quiere, te voy a dar el rancho de don Valladares en la laguna. Valladares quiere venirse para acá, para estar cerca de la escuela y educar a su parvada de chiquillos, deseo que me parece muy sensato. Te casas y te vas para arriba. El rancho es nuevo. Y allá tienes trabajo para años, que todavía queda por cercar todo ese lado que linda con las termas. Ya hablaré con el administrador sobre las condiciones en que te irás. Y ahora a ser un hombre cabal y a portarse muy bien con la Esperanza. Contestó Bernabé con otro gruñido ininteligible, dio dos o tres vueltas a la chupalla entre sus manazas, agachó la cabeza y como embistiendo se dirigió a la puerta. Parecía casi rectangular, con los hombros horizontales y unos enormes pies cuyas puntas se volteaban hacia afuera, colgantes los brazos y todo él anudado de fuertes músculos. Sobre ese cuerpo de gigante, la cabeza pequeña, redonda, se alzaba sobre el cuello desproporcionadamente del- gado, con la nuez enorme y temblona. Una frente estrecha, el pelo duro de escobillón, unos ojillos sesgados y apenas lucientes bajo los pesados párpados cautelosos, una boca de labios gruesos, un cutis lampiño y entre todo ese conjunto negativo en que el espí- ritu parecía no hallar albergue, la inusitada belleza de unos albos dientes brillosos. Al llegar al molino, Eufrasia dijo fría y firme a la hija, que la esperaba recelosa y ansiosa: —El patrón quere que te casís con Bernabé. Te podís casar cuando se te antoje. Pero desde ese día no tenís más madre.

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