Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
114 iba nunca a dejarla irse, así fuera con ella. Y es claro que con la vieja Eufrasia y con Esperanza no iba a cargar. Aunque a lo mejor la vieja servía para lavandera o para hacer dulces o para abrir la verja cuando llegaban los coches. Volvió a hacer el gesto de borrar algo ante los ojos, algo que estaba allí sin forma. Y terminó por irse muy de prisa a su habitación, que de pronto recordó que era la hora del episodio radial tan lleno de inespe- rados acontecimientos. Por cierto que olvidó hablar con Eufrasia. Pero Esperanza vino a la tarde siguiente y no cejó hasta conseguir que llamara a la madre y tuviera con ella una explicación. De la cual no se sacó nada, porque ese día la patrona estaba más en las nubes que de costumbre, perdida en su limbo, y la vieja quedó triunfante con sus respuestas y sus argumentos. Era una vieja alta, huesuda, con el perfil corvino y una boca fina, apretados los labios y el inferior sellando una voluntad que sabía su meta, pero que sabía también llegar a ella por atajos, gateando, entre largas esperas, si el camino derecho se ponía difi- cultoso de obstáculos. De regreso al molino, sin mayores explicaciones, le dio una paliza a Esperanza. Con lo que esta entendió que tenía que bus- car otro apoyo si quería casarse con Bernabé. Fue entonces a verse con el patrón, estampa de viejo cuño, señor que parecía la réplica del abuelo que guerreara en la Independencia. Le dijo Esperanza lo mismo que ya le había dicho a la patrona. E inmediatamente el patrón hizo venir a Eufrasia. Diez minutos después salía del escritorio una vieja ase- quible que se cruzaba con Bernabé —también mandado a lla- mar por el patrón—, al que saludaba con frío comedimiento: —Güenas tardes.
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