Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet

112 —Pero si es una bestia... —exclamó la patrona después de una pausa para recordar al mozo. —Yo lo quero harto... Claro qu’es así, medio lerdo, pero güeno y trabajaor como ni’uno. D’esto puee dar fe cualesquiera en el fundo. Y sin vicios. Arreglao pa’ toas sus cosas. Es lerdo no más. Eso es too. La patrona la miraba en suspenso, sin saber qué resolución tomar, porque no era la primera vez que se le presentaba el caso, que la muchachita venía a pedir auxilio para defenderse de la madre, que no admitía más voluntad que la suya. Y no era posi- ble que sistemáticamente se opusiera a que Esperanza se casara. Celos de madre que no tenía sino esa hija, viuda y bregando como una desesperada para criarla, ayudante del molinero al morir el marido, que por años sirvió este puesto, y desempeñándose ella con tal pericia que en verdad era quien dirigía los trabajos. Ambición de madre que tal vez quería un hombre con mayores posibilidades para marido de la muchacha y no aque- llos cachazudos peones que nunca serían otra cosa. Pero ¿dónde hallar ese marido? Su mundo, lógicamente, tenía que ser aquel de campo entre montañas. Su destino, casarse con un mocetón allí nacido. Tener un rancho propio. ¿Qué más? Sí, porque más que eso, que los mocetones hijos de los inquilinos, no había en el fundo hombre alguno soltero. ¿Dónde, entonces, encontrar un marido para Esperanza, que en verdad era superior inmensa- mente a su medio? Y cansada de haber cavilado tanto sobre un asunto que le importaba un poco, no mucho, no estaba segura si mucho o poco, la patrona hizo una pregunta que creyó definitiva: —¿Pero tú estás segura de querer a ese Bernabé? Esperanza hizo el gesto clásico de arrollar y desarrollar la punta del delantal y contestó sin ambages:

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