Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
111 Cuando Esperanza dijo que quería casarse con Bernabé, la madre, en respuesta, le dio una paliza, manera bastante simple, pero que ella estimaba infalible, para quitarle la idea de la cabeza. La muchacha no dio un grito y en cuanto pudo escapó a contarle a la patrona sus cuitas. —¡Hasta cuándo nome va’ejar casarme! Cada vez que tengo un pretendiente me lo espanta. Al mocetón de los Machuca lo corretió a lo qu’es piedra de honda. Y sin contar con las apaliadu- ras que me da. Hable su mercé con ella y llámela a razón. Ando en los veinte años. ¿Es que me quere ejar pa’ vestir santos? La patrona la miraba, vagamente reflexiva. No era extraño que tuviera pretendientes, linda, bien enseñada, casi como una sir- vientita pueblerina, que siempre había vivido allegada a las casas, bajo su protección. —Pero ¿qué te dice ella? —Agora no me ijo na’. Me apalió no más. Pero otras veces ice qu’ella no mi’ha criado como una flor pa’ que me coma el más burro. Cosas de veterana... Porque, al fin y al cabo, pue, patrona, yo no soy más que una huasita pa’ casarme con uno d’estos laos. —¿Y quién te pretende ahora? Esperanza vaciló un segundo antes de responder: —Bernabé, el de los Villares, el más guaina, el que trabaja en el palo parao, en los cercos.
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