Prender fuego. Antología. Primer Concurso Latinoamericano de Cuentos Marta Brunet
104 Se acaba la improvisación. Les pido a los niños que se acues- ten en el suelo, miren el techo, pongan las manos sobre su abdo- men y sientan su respiración. Pongo música de fondo para que se relajen. «Siguen siendo osos y si bien viven en una jaula, están des- cansados, son felices, los alimentan, a veces les recitan poemas», les digo. Observo que uno de los niños se queda dormido. «¿Qué pasaría si justo ahora alguien lanzara a una niña a la jaula? ¿Qué pasaría si, en su hora de descanso, de pronto cayera una niña de tres años?», les pregunto. Un niño responde que corre- ría hacia ella y se la comería. Los niños se ríen de manera des- controlada. «¡Silencio!», les grito. Los niños-osos se callan de inmediato. «¿Alguno de los osos de esta sala haría otra cosa?». Guardan silencio. Le pregunto a Laura si recuerda ese poema de Gabriela Mistral que recitó en la obra del año pasado. Me responde que sí. Entonces, les propongo un ejercicio: «Juan, tú vas a ser el oso, te vas a llamar Zuzu. Luisa, tú vas a ser mi hija, ven. Juan, vas a estar durmiendo; recuerda, estás en una jaula. Luisa, yo te voy a llevar en brazos y te dejaré caer a la jaula de Zuzu. Laura, mien- tras todo esto está pasando, tú vas a recitar el poema. Los demás se pueden sentar a observar la escena». Si en el primer acto tienes una pistola colgada de la pared, entonces en el siguiente acto debe ser disparada. Si no, no la pon- gas ahí. «El oso es el arma», le digo a Juan. Los niños-público no dicen nada. Juan se pone a llorar. *
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