Saludo Global. El escenario actual y perspectivas a futuro
332 o que estuviera asentado en las ciencias sociales antes del 2020. Hay registros de prensa a menciones como“epidemia de información”o“epidemia informativa”; esto es, la mezcla de algunos pocos hechos con miedo, especulación y rumor y amplificados por tecnologías de comunicación (Nielsen et al., 2020). La literatura se refiere a patologías informacionales o desórdenes infor- mativos (Wardle y Derakhshan 2017, citados en León et al., 2022). Hay consen- so en distinguir tres categorías dependiendo de su intencionalidad, en inglés misinformation (se trata de información falsa, pero publicada sin la intención de dañar a otros); disinformation (cuyo propósito es desinformar y afectar a insti- tuciones o personas) y malinformation (es correcta, pero no debe difundirse por razones éticas) (Ireton & Posetti 2018; Turcilo & Obrenovic 2020, citados por León et al., 2022). Distintos autores han propuesto tipologías para precisar la categoría de desinformación: sátira o parodia, contenido confuso, contenido impostor, con- tenido fabricado, así como también tres tipos de procedimientos para producir este tipo de contenidos: establecer conexiones falsas, contexto falso o contexto manipulado (León et al., 2022). Otros autores distinguen entre los que bus- can generar tráfico ( clickbaits ) a través de titulares exagerados o imágenes es- pectaculares; teorías conspirativas, contenido falso, fuentes o contenidos que promueven distintas formas de discriminación, ciencia basura ( junk science ) y rumores (Carrasco-Farré, 2022). En sus formas más dañinas, la desinformación tiene consecuencias. En el escenario menos grave, por ejemplo, puede alimentar el escepticismo hacia cualquier tipo de mensaje público, incluyendo los que son confiables. En el peor de los casos, puede animar a comportamientos que pueden ser peligrosos para las personas y las comunidades. Los contenidos falsos o engañosos suelen ser más fácil de procesar en términos cognitivos (Carrasco-Farré, 2022), las emo- ciones juegan un rol determinante en que las personas acepten e incorporen contenidos falsos o engañosos y la efectividad de desmontar las desinforma- ciones o falsedades (cortar su circuito) o contrarrestarlas (cuando ya circulan) tienen resultados disímiles (Ecker et al., 2022). Este escenario de desorden informativo (o patologías informativas) no na- ció con el Covid-19. En el campo científico, materias como el tabaco, el calenta- miento global o el impacto de metales pesados en la salud de las personas han estado atravesadas por la propaganda, la manipulación informativa y la desinfor- mación, incluso de actores del mundo científico y tecnológico. Las campañas elec- torales y las crisis sociales han sido, también, campos fértiles para la producción y circulación de contenidos falsos, mañosos o que buscan desinformar a propósito. De la misma manera, la verificación de datos, o fact-checking , es una práctica que no nació, tampoco, con la cobertura periodística sobre ciencia o sobre el virus. En términos ideales, se entiende como parte constitutiva del ejer- cicio periodístico (“si tu madre dice que te ama, confírmalo”). En cuanto a su
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