El liceo en tiempos turbulentos: ¿Cómo ha cambiado la educación media chilena?

¿Qué explica el mejoramiento escolar observado en los liceos chilenos? 131 En general los liceos no varían sustancialmente en el modo de gestionar los conflic- tos. Elaboran manuales de convivencia, donde se estipulan las faltas y sus sanciones, las que se aplican consistentemente y ante casos de infracciones consideradas graves, como agresiones entre pares o hacia profesores o consumo de drogas y alcohol al interior del liceo, los márgenes de tolerancia son estrechos. La aplicación consistente de normas permite que ellas se incorporen como hábitos de comportamiento entre los estudiantes y que luego las nuevas generaciones las asimilen rápidamente al verlas como modelos de acción dentro de sus establecimientos. Muchos de los manuales de convivencia que han creado estos liceos tienen un en- foque más bien punitivo y contemplan prácticas de disciplinamiento sin mayor sustra- to formativo tales como suspensiones, pérdidas de beneficios y castigos. Se identifican en ellos claros resabios de autoritarismo tradicional. Sin embargo, durante los últimos años se observan esfuerzos por transformar tales medidas en sanciones formativas que apunten a la reparación del daño causado o bien a generar alguna contribución a la comunidad. En el Liceo Minero América, por ejemplo, los alumnos que se ausentan sin justificación deben recuperar las horas de clases correspondientes, las suspensiones se reemplazaron por trabajo comunitario y si algún alumno es sorprendido rayando o dañando el mobiliario debe pintarlo de nuevo o repararlo. En el People se ha avanzado en la misma dirección, principalmente cambiando suspensiones del internado por tra- bajos para el liceo, como limpieza de vidrios o preparación del desayuno. En el Valentín Letelier, además de lo dicho, se ha incorporado la opción de que los alumnos realicen trabajos e investigaciones en relación a los temas en conflicto, los que luego exponen a sus compañeros en consejos de curso. Si bien los manuales de convivencia debiesen generarse con la participación de re- presentantes de los estudiantes, salvo excepciones como San Nicolás o Pablo Neruda, escasamente estos han sido discutidos sustantivamente con los jóvenes. La participación de los estudiantes se restringe a ser informados sobre cambios de estos instrumentos en el consejo escolar. De este modo, si bien la mayoría de los liceos ha avanzado en reemplazar enfoques punitivos por formativos, modelos que involucren directamente a los jóvenes en la construcción de las herramientas reguladoras de la convivencia y la conducta aún son escasos. Una notable excepción a lo dicho es el Liceo Pablo Neruda, en donde todas las sanciones que recaen sobre los estudiantes son acordadas entre ellos, sus apoderados y equipos directivos. La resolución de conflictos con apego a manuales de convivencia creados por los li- ceos en base a normativas ministeriales ha facilitado la gestión de esta dimensión en tan- to ha permitido estandarizarla. Si antes cada decisión era abordada a discreción por cada docente o inspector, lo cual generaba grandes diferencias en su aplicación, la estipulación por escrito de las prácticas permisibles y no permisibles han fomentado la aplicación de medidas con mayor consistencia y equidad. Del mismo modo la creación de protocolos y normativas ministeriales ha restringido prácticas que eran habituales y que mermaban

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