Los Jirondinos chilenos
- i36 - cólera i ese pánico cle nna hora. Fné aqnel el haber de– cidido por completo el ánimo toda,vía vacilante del jeneral Búlnes hácia la candidatura Moutt, que desde ese día comenzó a llamarse la «candidatnl'a del órden. » Aqnel motin de nn pneblo jeneroso pe1·0 irreflexivo atrajo sobre los (<jiroudinos de Sa1itiago» la pl'imera dispersion, i en seguida, el veinte de abril consumó sn ruina i abrió camino a su total desaparicion de la esce– na. política. Tnvo esto de comnn con la suerte de los Jirondinos franceses el que aq11él1os, como éstos, des– pnes <le sn primera prosc1·ipcion, en j nnio u.e 1793, se retiraron al fondo de .las provincias pu.ra llevar a todas partes el fnego de su patriotismo i de su desesperaciou. Aun nos parece estar escuchando la palabra aru.iente, entusiasta i fascinadora de Juan Bello ea la noche que precedió a la terrible batalla de abril, invitando a sus colegas del club jiroudino de la calle de Huérfauos a buscar un asilo, que seria solo uua fragua <le forjar es– padas, en las provincias de Aconcagua, de Valpa1·aiso i de Colchagua, en el caso en que el gobierno, como se temia entónces por minutos, se adelantara al pueblo en un golpe de estado tlefinitivo. Otros hablaban en esa noche del último parco festín de la últitna sesion polí– tica, de il' a Copiapó, otros a Ooncepcion i a las Fron– teras q ne gnarneciu. el Oarampangue i los Cazadores de a caballo. Rabia eu la atmósfera de ese tien1po algo de terrible. Un gran temblor (abril 2) era. el precur– sor i el anuncio. El 20 ele abril fué, en verdad, solo el sangriento encuentro de dos adversa-rios que se acecha-
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